
Qué tendrá este pequeño gran
pueblo en verano, que me inunda de una melancólica felicidad. Como si bajando
la cuesta de mi prima pudiese vernos subir la calle corriendo, escondiéndonos
en todos los rincones de los alrededores, puedo verme perfectamente siendo
pillada de las primeras por torpe y porque no me apetecía correr, podía ver a
uno de esos pequeños héroes, no reconocidos en la historia de la humanidad, que
arriesgaban su vida para salvar a todos sus compañeros. Cuando la máxima
preocupación era que te quitaran la toalla y te la escondieran, o esos días en
los que jugar era espontáneo y la plaza del agua fina estaba llena de vida,
gritos, lloriqueos y risas, muchísimas risas. No dejo de pensar en las noches
de San Lorenzo en la que todos íbamos a esa zona oscura, que unos años después
se llenaría de casas, para ver esas lágrimas plateadas caer del cielo, gritar
sorprendidos e intentar pedir un deseo que probablemente nunca se cumpliría.
Esa plaza que nos vio crecer y nosotros que la vimos cambiar a ella y con ella
cambiaron las cosas, unos veranos más tarde corríamos por El Coso, esta vez los
chicos corrían tras el balón y nosotras corríamos cuando ‘’casualmente’’ ese
balón se precipitaba sobre nuestras cabezas. Recuerdo mi primer beso, mis primeros pucheros por un chico y la piscina llena de cartas y de ahogadillas. Qué bien
se está cuando se está bien y qué bien estábamos entonces.
Podía
vernos escaparnos a escondidas de nuestros padres y corriendo esta vez por el ‘’tocatimbres’’,
¡Qué bichos! Peores que los mosquitos que se dedicaban a mordernos todos los
veranos y que hoy lo siguen haciendo, algunas cosas no cambian. No cambia el
fresquito de por la noche incluso en el verano más caluroso de España, no
cambia ese olor irremediable a pan recién horneado que entra por mi ventana
todas las mañanas, no cambia esta niña que sigue disfrutando de las pequeñas
cosas y no cambia mi abuela que sigue igual de guapa que hace diecinueve años,
una arruga arriba, una arruga abajo. ¡Y qué bonito que algunas cosas no
cambien! Pero que bonito que los pequeños se hagan mayores, que los mayores se
hagan más mayores, que los más mayores se hagan padres, que los padres se
vuelvan más padres y que los más padres se hagan abuelos.
Pero
que feo que falte gente, que falten abuelos que te preguntaban ‘’Hija y tú… ¿de
quién eres?’’, que falten personas a las que la vida les ha alejado de este
pequeño rincón del mundo donde todos nos conocemos, que falte gente que era
típica pero ya no lo es más. ¡Qué feo y qué triste! Que feo que este pueblo
también me recuerde a esas caras, me recuerde que esa casa que era de mi tía
ya no es de mi tía y que ya no está mi tía, que feo que haya amistades que por
culpa del tiempo pasen a ser conocidos.
Albalate
de Zorita es de esos sitios que tiene un sabor agridulce, que en las noches de
verano los recuerdos te llenan de felicidad pero que a su vez te inundan de una
melancolía imposible de evitar, porque este pueblo no hace más que recordarte
el paso del tiempo. Albalate de Zorita en verano es la Alcarria en plena
primavera, con miles de vidas floreciendo y siendo, siendo Albalateños.
Albalate de Zorita ese pueblo que dicen que es tu pueblo amigo. Albalate de
Zorita, mi pequeño y gran pueblo.
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