Querida inconformista.
Mujer
eterna y valiente, no me harto de escuchar tus historias, muchas de ellas, ya memoria,
con ganas de que se puedan oír. Me cuentas tus aventuras de niña, como
desafiabas las leyes de tu castilla y no había un solo niño que a ti te pudiera
toser. Tristemente, también me recitas réquiems de hermanos, y con amor y mucha
gloria, tú les haces revivir. Hubo hambre, hubo sed, hubo fuerzas para reponer
y esa niña pequeña, con grandes responsabilidades, al final tuvo que crecer.
Esa
infancia se hizo corta y muy pronto terminó, cambiando el castillo por un
palacio, en el corazón de la capital. Muy pronto tu carácter conquistó mil
corazones, pues todos podían ver que ese genio escondía más corazón que sinrazón.
Mas hubo un corazón que no solo conquistaste, más aún, requisaste todas sus
provisiones y, ahora con razones, no te podía dejar de seguir. Tú tan dura y
honesta, difícil de dominar, no fuiste domesticada, pero comprendiste qué era eso
de amar.
Luego
vinieron los niños, primero un caballero que a todos inspiraba ternura, más
tarde una locura con muchas fuerzas para amar, después de esta princesa, vino
un enérgico y noble hidalgo, que si sabía de algo, era a su familia cuidar. Pasaron
los años y vino el primer pequeño que luego sería el mayor. Después de años de ramos,
de perros, de ya no perros, de te quiero’s en alto y en bajo, de abrazos y de
besos, tocaba decir adiós. Pero ya, hecha reina, fuerte y resiliente, con el
alma de guerrera saliste para delante sin temor al qué pasará.
Más
pequeños se juntaron en ese camino que es el vivir, una niña que solo te
sonreía y un niño que nunca dejaba de reír. Tu casa se hizo sus casas y aunque
el pequeño de los pequeños quedaba por llegar, siempre hubo camas, siempre hubo
risas, siempre hubo abrazos que recibir.
Esta historia
de recuerdos, le queda todavía mucho por escribir. Por lo menos ver casarse a
algún nieto, como tú, mi querida abuela siempre me sueles decir.
-El
Pichón de la Familia.