
Te pasas toda la vida intentando resolver ese enigma que los más valientes presumen de conocer. Por más que lo intentas, que lo esperas, que lo buscas, nada resuelve ese rompecabezas del que todos hablan. Desesperada ves la solución en el humo, en el vaho, en la niebla pero no es más que pasajero, etéreo y, al final, siempre desaparece. Incluso llegas a creer que lo has tenido en tus manos y no has sabido reconocerlo, te convences de que lo fugaz perdura en las estrellas y que tal vez, el tren ya ha pasado, lo has perdido, te quedas en tierra.
Hasta que de repente encaja, con
un clic tan silencioso que por estar tan ocupada buscándolo ni si quiera oyes.
Se acopla como si hubiera nacido para ello, de una forma tan natural y sana que
asusta, porque sabes que no hay manera de decir que no, que estás perdida y que
nunca te habías sentido tan encontrada. Lo peor es que un deje de locura te
hace pensar, por primera vez, que tiene que funcionar, porque no puede ser de
otra manera, es así. El enigma se ha resuelto y tú ni si quieras quieres darte
cuenta.
Algunos dicen que es como
quedarte profundamente dormido, pero yo creo que es como despertar, a un mundo en
el que te encuentras con otra persona y por una vez en tu vida, no tienes ese
deseo egoísta de ser tú feliz, ahora hay alguien más que tiene que ser feliz en
este mundo. Alguien que saca lo mejor de ti y, a veces, solo a veces lo peor,
pero es que los monstruos juegan con lo que más queremos y quieren destrozar
aquello que es pasado imperfecto y presente, para convertirlo en un simple condicional
que se queda con ganas de ser futuro.
Impávida miras a los miedos, esta vez, tienes un
escudo más fuerte que nunca, ahora la que tiene algo que decir, eres tú. Al fin
puedes abrir tu caja de Pandora, por tanto tiempo sellada, para enfrentarte a
esos monstruos que te habitan y con sorpresa, descubrir que en el fondo de esa
temible caja, no albergaba otra cosa, que la esperanza de ser liberada
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