Dormida se hallaba nuestra muñequita dentro de su bonita caja de música,
fría y tranquila esperaba paciente a que
descubrieran su guarida pero lo que ella realmente quería no era que la
abriesen sino que por fin, le diesen cuerda. Tras mucho esperar, la caja se
abrió, nuestra pequeña emocionada se levantó inmediatamente dispuesta a bailar,
unos ojos verdes la miraron con desconcierto y la bailarina enfundada en su
bonito vestido volvió a ser encerrada en la que era su casa. La caja se volvió
a abrir repetidas veces, por más o por menos tiempo pero pronto esas bocas se
fruncían puesto que no eran capaces de darle cuerda ¡Nadie entendía el
funcionamiento de esta particular muñeca! Nuestra pequeña amiga se sentía
frustrada, había conseguido ver el mundo más allá de su caja pero no era
suficiente, algo fallaba. La muñequita a veces incluso se negaba a abrir su
pequeña morada puesto que tenía miedo de esa decepción que sufría cuando la
cerraban.
Cada vez eran menos los capaces
de abrir la cajita y aquellos que lo conseguían, una vez que descubrían el
complejo funcionamiento de esta particular muñeca tiraban la toalla. Pero hubo
una sola vez que alguien fue lo suficientemente fuerte y lo suficientemente
listo como para lograr dar cuerda a la frustrada muñeca. Ésta en un principio
se puso muy nerviosa, pero no titubeó ¡Llevaba tantísimo tiempo esperando ese
momento! Al principio, bailar resultó un poco complicado, pero una vez que la
muñequita fue capaz de dejarse llevar, todo cambió incluso su manera de ver el
mundo fuera de la caja cambió ¡Era lo más maravilloso que había hecho en toda
su existencia! Bailando, era capaz de descubrir nuevas perspectivas y éstas
eran aún más bonitas que las que su posición estática le permitía ver.
Bruscamente, se paró ¡Se había
quedado sin cuerda! Pasó el mayor de los miedos, pero esas manos gentiles
volvieron a poner en marcha sus engranajes. Esta situación se repitió en muchas
ocasiones pero de nuevo esos ojos profundos que la miraban maravillados la
volvían a hacer girar, nunca la habían mirado así era su baile el que provocaba
esa mirada. Un día cuando se paró, la pequeña vio en esos ojos algo raro,
parecían aburridos ante su danza repetitiva, ella los miraba impaciente puesto
que deseaba volver a disfrutar del baile. Esos ojos, ya, sin luz la observaron
cansados y repentinamente cerraron la caja.
Lo primero que sintió nuestra
muñequita fue miedo, ¡Hacía tanto tiempo que no la encerraban que se había
olvidado lo fría y oscura que era su caja! Le faltaba el aire, nunca antes se
había percatado de lo pequeña que era su caja. Tras asustarse, empezó a
repetirse así misma en un mantra
enfermizo que esas manos con esos ojos volverían, que debía mantener la calma y
esperar pacientemente. La espera se transformó en angustia, ¡nuestra muñequita
se había vuelto claustrofóbica! A penas podía respirar y sentía un profundo
dolor en el pecho. De la angustia pasó a
la ira, se reprochó a sí misma haber deseado con tantas fuerzas bailar ¡dónde
la habían llevado sus envenenados deseos! Todo el dolor había borrado sus
bonitos recuerdos sobre el baile. Poco a
poco, nuestra muñeca se fue tranquilizando, volvió a ser fría como la caja,
dejó de sentir el dolor, la angustia y la ira para pasar a sentir simplemente
miedo, miedo de que la caja se volviese a abrir y de que otra sonrisa consiguiese
darle cuerda. Con todos estos miedos nuestra muñequita volvió a quedarse
profundamente dormida.
¿Había nacido para bailar o para vivir
encerrada en una caja?

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